Mi madre llora sin control alguno, sus sollozos a mi corazón empequeñece.
No soy bueno brindando afecto; nadie me lo enseñó, pero verla lastimada me duele en el fondo de mi ser. No sé qué hacer ni qué decir, solo la observo y la escucho mientras conmigo desahoga sus penas.
De pronto la lluvia comienza a caer en nuestro techo de lata, ese ruido a nuestras voces enmudecen mientras nuestros olfatos perciben el petricor que emana del suelo; rico aroma.
Sus lágrimas secan, una sonrisa en su rostro dibuja y puedo entender cuán fuerte es y lo mucho que ella lucha para ver a sus hijos bien.